La Transfiguración del Señor

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    Celebramos en este do­mingo 6 de agosto la fiesta de transfigura­ción del Señor. En el evangelio de esta fiesta Jesucristo se muestra ante sus discí­pulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan; en todo el esplendor de su glo­ria. Aquellos discípulos la contem­plan y quedan totalmente asombra­dos y fortalecidos, necesitan conocer y ver la gloria que les espera al fi­nal, si son capaces de seguirle y pa­sar por todo lo que tienen que pa­sar, porque están pasando por un momento de desaliento, desánimo y depresión.
    Jesús les había ido instruyendo por el camino y les había comunica­do lo que le espera a Él, cuando lle­guen a Jerusalén: será objeto de bur­las, le juzgarán le condenarán y le matarán, pero al tercer día resucita­rá. (Cf. Lc 18, 31 - 34). Ellos no enten­dían aquello, por eso se han queda­do muy tristes y deprimidos.
    Jesús, que los conoce bien, sabe que en ese momento es importan­te que tengan una visión de la glo­ria que les espera, para inyectarles una inyección de ánimo, que les ca­pacite para seguir siendo sus discí­pulos a pesar de todo lo que va a su­cederle a Él. Esta es la razón de que se transfigure delante de ellos y les haga contemplar la gloria en todo su esplendor.
    En la actualidad existen muchos cristianos que se sienten decaídos, sin fuerza y deprimidos ante un mundo tan adverso a la fe como les ha tocado vivir, y sienten la tenta­ción de hacerse ellos también unos de tantos de este mundo y abando­nar el seguimiento de Cristo. Hoy muchos cristianos tienen la sensa­ción de que los que no creen, los que viven al margen de Dios son más fe­lices, que los que le siguen.
    Aquellos ciertamente se compli­can menos la vida, llevan una vida mucho más fácil y dan la sensación de que lo pasan mejor, que son más felices; pero su felicidad es una fe­licidad aparente, efímera y engaño­sa, porque por dentro se sienten va­cíos, no encuentran sentido a tantas realidades de la vida sin la luz de la fe.
    Ciertamente, un planteamiento sincero de fe, lleva necesariamen­te, a decir «no» a determinadas acti­tudes y formas de vida, y a abrazar cuanto exige la vivencia auténtica de esa fe; pero, cuando se vive, uno se siente pleno y realizado, conten­to de ser lo que es y sabe que un día le espera la felicidad plena, la gloria eterna, que no termina.
    Por eso, queridos di s c í p u ­los del Se­ñor, hemos de seguir poniendo de nuestra par­te cuanto sea necesario para vivir la fe en toda su exigencia, aunque nos cueste sacrificio y hemos de saber decir que no a determinadas actitu­des mundanas, porque solo así un día gustaremos aquella felicidad de la que habla san Pablo cuando dice: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, la gloria que Dios tiene preparada para los que le aman» (1 Cor 2, 10).
    Que Cristo transfigurado hoy y mostrando su gloria en todo su es­plendor a los discípulos, anime también nuestra vida de fe y nues­tra condición de seguidores suyos, para que logremos vivirla en toda su exigencia, y perseverando has­ta el final. Que a pesar de las difi­cultades que sintamos, merezcamos recibir la gloria que Cristo nos tie­ne reservada para aquellos que en nuestra vida hemos hecho de ella nuestro mayor empeño.
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