Con Cristo da gusto tener sed

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En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber. 
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. 

La mujer le dice: Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? 
Jesús le contestó: El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. 

La mujer le dice: Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Juan 4, 1-15 

El tema de la sed recorre todo el Evangelio de Juan: desde el encuentro con la samaritana, a la gran profecía durante la fiesta de las Tiendas (el que tenga sed que venga a mí; el que cree en mi que beba; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva), hasta la Cruz, cuando Jesús, antes de morir, dijo, para que se cumpliera la Escritura, tengo sed. 

La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos. Sí; Dios tiene sed de nuestra fe y de nuestro amor. Como un padre bueno y misericordioso desea para nosotros todo el bien posible, y este bien es Él mismo. Esta petición de Jesús a la samaritana dame de beber expresa, en palabras de Benedicto XVI, la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del agua que brota para vida eterna: es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos adoradores verdaderos capaces de orar al Padre en espíritu y en verdad. ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, hasta que descanse en Dios, según las célebres palabras de san Agustín. 

La sed de la mujer de Samaría representa, en cambio, la insatisfacción existencial de quien no ha encontrado lo que busca: ha tenido cinco maridos y ahora convive con otro hombre; su ir y venir al pozo para sacar agua expresa una existencia monótona, repetitiva y resignada. Sin embargo, para ella todo cambió aquel día, gracias a la conversación con el Señor Jesús, que le estremeció hasta el punto de hacer que abandonara el cántaro de agua y corriera para decir a la gente de la ciudad: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo? 

Es la sed, la insatisfacción vital, el vacío interior, la acedía y sin sabor de tantas y tantas personas que, habiendo abandonado a Dios, cavaron cisternas agrietadas incapaces de contener el agua viva., y adormecieron o apagaron la sed de profundizar en el pozo de la fe. Es el vacío interior de quienes desconocedores del don de Dios, de Cristo Agua Viva, buscan compulsivamente la satisfacción de sus avideces materiales embotada su sensibilidad por aguas o insuficientes o contaminadas o irreales. Es la protesta y frustración de quienes no ven brotar un manantial inmediato que satisfaga su sed puntual, dudando de que lo hermoso del desierto, como se dice en El Principito, es que en cualquier momento y lugar puede brotar un pozo donde abrevarnos a nosotros mismos, a nuestros hijos y a nuestros ganados. Es la contestación amarga y exigente de quienes desconocen que también en la sed radical del hombre está Dios, fuente y promesa de torrentes futuros, golpeando en la piedra de sus corazones con su cayado providencial de solícito pastor y conduciendo a su sediento rebaño hacia fuentes tranquilas donde reparar sus fuerzas exangües. Es la ceguera o la oscuridad de quien no aprovecha la noche y la compañía por ignorar que, en situaciones límites para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra… 

Quiera Dios que siempre, especialmente en este tiempo fuerte de la Cuaresma en la que nos disponemos a pasar el Agua bautismal del Mar Rojo de la Pascua, gocemos la satisfacción de poder proclamar que con Cristo, Agua Viva, da gusto tener sed, y más sabiendo que es Él el que previamente tiene sed de nosotros, el que pone en nosotros la sed de Él y el que nos inunda en abundancia del Agua de su Espíritu sobre nuestros apetentes desiertos y nuestras ávidas y a veces disecadas gargantas interiores. Que así sea. 

Por Juan Sánchez Trujillo Listado completo de Comentarios