Una flor sobre la tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora, una oración por su alma la recibe el señor».
Así resumía san Agustín la realidad de este mes de noviembre de recuerdo y amor a los seres queridos fallecidos.
Nuestros cementerios, en este mes de noviembre mucho más que en todo el año, están llenos de personas que tienen un recuerdo cariñoso y agradecido a sus seres queridos difuntos, y por eso se hacen presentes en los cementerios para limpiar sus tumbas o adornarlas con flores, expresando con ellas el cariño que les tienen y el recuerdo agradecido por todo lo que de ellos recibieron, recuerdo que hace aflorar espontáneamente a los ojos las lágrimas.
Desde luego, todas estas manifestaciones son manifestaciones de afecto y de afecto agradecido, pero tal vez se nos olvida lo único que puede aprovecharlos a ellos. Es nuestra oración por ellos, que seguro que es lo único que ellos necesitan en estos momentos, pidiendo para que el Señor perdone sus pecados, los que pudieron cometer mientras vivían, fruto de su debilidad humana, y que el Señor les lleve a gozar para siempre con Él y con sus santos en el cielo.
Por eso dirá san Agustín, desde su fe profunda en la resurrección del Señor y en nuestra propia resurrección: Una flor se marchita, una lágrima se evapora, pero una oración por ellos la recibe siempre el Señor.
El recuerdo de la fe de nuestros seres queridos debe refrescar y actualizar en nosotros la llamada constante del Señor a que le dejemos entrar en nuestras vidas
Nuestros seres queridos difuntos ya no pueden hacer nada para impetrar del Señor el perdón de sus pecados, pero nosotros sí que podemos hacer y merecer por ellos: elevar nuestra oración a Dios Padre misericordioso para que perdone los pecados, los fallos humanos que ellos pudieran haber cometido mientras vivían, como personas pobres y débiles que eran, convencidos de que nuestra oración por ellos la recibe el Señor en provecho de ellos.
El mes de noviembre es un mes de recuerdo especial por nuestros difuntos, pero también nos recuerda la fe que vivieron nuestros seres queridos y nos transmitieron a nosotros. Ellos nos enseñaron a creer en un Dios que es amor, que es misericordia, que tanto nos ha amado y nos sigue amando, que envió a su Hijo para que con su muerte y resurrección nos ganara para nosotros la vida eterna y fuera el rescate por nuestros pecados.
El recuerdo de la fe de nuestros seres queridos debe refrescar y actualizar en nosotros la llamada constante del Señor a que le dejemos entrar en nuestras vidas, lo mismo que ellos le aceptaron en la suya y vivieron de acuerdo con sus exigencias, para que, cuando el Señor nos llame no nos encuentre con las manos vacías, sino cargadas de buenas obras.
Noviembre es un mes de recuerdo especial por nuestros difuntos, pero también nos recuerda la fe que vivieron nuestros seres queridos
Que bien resume lo que hemos de recordar y tener presente, cuando pensamos en nuestros seres queridos fallecidos, una inscripción que en una ocasión leí encima de la puerta de un cementerio católico, que decía así: «Lo que fui yo, lo eres tú. Lo que soy yo, lo serás tú. Ruega ahora por mí, para que otros rueguen por ti».
«De bien nacidos es el ser agradecidos», dice el refrán castellano. Seguro que todos tenemos que reconocer, que hay en nuestra vida, en nuestros recuerdos, en lo más profundo de nuestro corazón, muchos valores que aprendimos y recibimos de los seres queridos fallecidos y que marcaron nuestra vida.
Sepamos ser agradecidos por todo cuanto hemos recibido de ellos y no nos olvidemos nunca de elevar una oración al Señor por ellos, pidiendo por su eterno descanso y por nosotros para que no olvidemos nunca los buenos ejemplos que ellos nos dieron de valoración de Dios y de la fe en Él, para que viviendo nuestra fe, un día podamos disfrutar con ellos de la felicidad eterna que deseamos y pedimos para ellos.
+ Gerardo
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