Hemos dedicado los dos números anteriores a descubrir la importancia de que los sacerdotes sean los principales agentes vocacionales al sacerdocio de otros, a través de su testimonio de vida y a través de su propuesta positiva y explicita a los posibles seminaristas que en un futuro puedan ser sacerdotes.
El segundo capítulo de estos tres dedicados al seminario y a las vocaciones sacerdotales he hablado de la importancia de la familia cristiana como semillero de vocaciones sacerdotales, para lo que tal vez hemos de cristianizar nuestras familias cristianas que se han descristianizado y no son actualmente el ambiente positivo y favorable para que de ellas surjan jóvenes que se planteen su vocación sacerdotal.
En este tercer capítulo dedicado a reflexionar sobre la vocación sacerdotal vamos a hablar de la importancia de la comunidad cristiana en la promoción de las vocaciones al sacerdocio, comunidad que es sacerdotal por el bautismo, para que de ella surjan las personas llamadas al sacerdocio ministerial.
La comunidad cristiana la componemos todos los que hemos recibido el bautismo y, por el, hemos sido hechos participes de la unción sacerdotal de Cristo en el Espíritu Santo.
En la Iglesia «todos los fieles forman un sacerdocio santo y real, ofrecen a Dios hostias espirituales por medio de Jesucristo y anuncian la grandeza de aquel que los ha llamado para arrancarlos de las tinieblas y recibirlos en la luz maravillosa» (Cfr. 1Pe 2, 5.9).
Cristo mismo elige a hombres de esta Iglesia y de este sacerdocio de los fieles, para constituirlos ministros suyos, para que hagan palpable la acción propia de Cristo cabeza y testimonien que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente.
La Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles para continuar su misión salvadora, de la cual les hace partícipes para que actúen en nombre suyo, como cabeza.
La comunidad cristiana entera es también responsable de las vocaciones al sacerdocio y debe sentirse responsable de que, de su propio seno, surjan quienes se sientan llamados por Dios a ejercer y vivir el sacerdocio ministerial y, tras un discernimiento y preparación para el mismo, acepten y vivan dicho sacerdocio ministerial en cada comunidad cristiana.
La comunidad cristiana entera debe colaborar a la existencia de personas que se planteen la vocación sacerdotal, en primer lugar, por medio de la oración
La comunidad cristiana entera debe colaborar a la existencia de personas que se planteen la vocación sacerdotal, en primer lugar, por medio de la oración: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Lc 10, 2). Este fue el encargo que Cristo dio a la primitiva comunidad cristiana en la persona de los apóstoles.
A todos cuantos componemos la comunidad cristiana debe preocuparnos esta necesidad, «que siga habiendo obreros que trabajen en la mies del Señor». Hemos de pedir para que siga habiendo jóvenes que quieran entregar su vida al servicio de Dios y de la comunidad cristiana; jóvenes valientes y generosos que estén dispuestos a hacer presente a Cristo en medio de la misma. Todos podemos rezar por esta intención que el Señor nos dijo: «Rogad al dueño de la mies…»
Además de rezar, para que haya personas de la comunidad que se sientan llamadas por Dios y puedan ver como su camino propio el del sacerdocio, la comunidad cristiana y cuantos la componen deben valorar la tarea y el trabajo de los sacerdotes. Todos debemos sentirnos llamados a fijarnos, mucho más que en sus fallos y defectos que, como personas que son, puedan tener, fijarnos y valorar la entrega a fondo perdido que hacen de su vida, valorar la importancia de su misión y la generosidad que tienen para llevarla adelante. Si, como a veces sucede, solo nos acordamos del sacerdote para hablar mal de él y censurar sus defectos, ¿cómo vamos a animar a nadie a que se plantee su vida como tal? Cuando valoramos su misión, su entrega, su tarea y su trabajo, estamos diciendo a jóvenes que puedan sentirse llamados por Dios a entregarle su vida en el sacerdocio ministerial, que merece la pena.
La comunidad cristiana y cuantos la componen deben valorar la tarea y el trabajo de los sacerdotes
Todos cuantos componemos cada comunidad cristiana, cada parroquia y la Iglesia entera: sacerdotes religiosos, religiosas y laicos, podemos hacer mucho para que haya vocaciones sacerdotales, pidiéndole al dueño de la mies, como nos mandó el mismo Cristo, que envíe obreros a su mies. En nuestra oración, la petición por las vocaciones sacerdotales es algo que podemos y debemos hacer todos, seamos jóvenes, mayores, hombres o mujeres, religiosos y religiosas de clausura o de vida activa, niños y ancianos, sanos y enfermos.
Todos podemos y debemos incluir las vocaciones sacerdotales en las necesidades por las que pedimos. Que nunca falten en su Iglesia jóvenes que quieran entregar su vida al servicio total de Dios y de los hermanos en el sacerdocio. Debemos hacerlo como comunidades cristianas y como particulares seguidores de Cristo que queremos cumplir el mandato de Cristo de pedir al Padre que mande obreros a su mies, para que no falten nunca en nuestra Iglesia, en nuestra diócesis, en nuestras parroquias, esas personas que están al servicio de la fe y del anuncio de Jesús y su mensaje y que tan necesarios siguen siendo en la Iglesia hoy y siempre y, sin los cuales, no sería la Iglesia de Cristo.
+ Gerardo
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