El mandamiento principal

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    Quién de nosotros, como cristianos, no se ha preguntado, como hace aquel doctor de la Ley: ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? O, lo que es lo mismo, ¿qué es lo que nos distingue de los que no creen como mandamiento más importante?

    La respuesta de Jesús es hoy la misma que le dio al doctor de la Ley que le pregunto: «El mandamiento principal es este: Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con todas tus fuerzas, con toda tu mente. El segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».

    En estos dos se resume también la vida cristiana. La vida cristiana consiste en vivir amando a Dios sobre todas las cosas y, a los demás, como Cristo nos ha amado a nosotros.

    A veces hemos hecho un retrato del creyente que no es el que Cristo nos ofrece, hemos hecho un cristianismo descafeinado, en el que vale cualquier cosa, pero no se parece al estilo de vida que Cristo pide para sus seguidores.

    El primer mandamiento consiste en amar a Dios sobre todas las cosas. Este «sobre todas las cosas» nos parece una manera de decir de Cristo, una especie de hipérbole a la hora de hablar del amor a Dios. Pero no es verdad. Amar a Dios sobre todas las cosas es amar a Dios sobre todas las cosas, no es amarlo después de todo lo demás. El amor a Dios nos pide que nos preguntemos continuamente sobre los planes de Dios sobre nosotros para cumplirlos, aunque para ello tengamos que posponer u olvidarnos de nuestros propios planes. Porque, si no, estamos amándonos a nosotros mismos, nuestras cosas y nuestros planes, antes que a Dios.

    Amar a Dios sobre todas las cosas es permitir que Dios entre en nuestra vida de cada día y nos transforme según su voluntad. Es que, para nosotros, sea su voluntad lo primero, aunque a veces no lo entendamos.
    Hoy hay muchas personas que un día recibieron el bautismo, pero que no se han vuelto a acordar de Dios nada más que cuando lo han necesitado para algo. Con eso creen que ya han cumplido, no viven la vida de cada día desde lo que Dios puede pedirles. Han hecho un amor a Dios reducido a la mínima expresión.

    Amar a Dios sobre todas las cosas es permitir que Dios entre en nuestra vida cada día y nos transforme según su voluntad

    Amar a Dios sobre todas las cosas supone ajustar nuestra vida a lo que Dios nos vaya pidiendo a medida que nos preguntamos: ¿qué querrá Dios de mi vida en este momento?, ¿qué me estará pidiendo que viva y en qué debo cambiar para que lo primero no sea lo material, ni el sexo, ni el poder, ni el gozar; sino el actuar de acuerdo con lo que vea que Dios me pide?

    El segundo mandamiento que hemos de vivir, desde lo que Cristo nos pide, es el mandamiento nuevo: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado».

    Solamente así podemos decir que amamos a Dios porque, como dice san Juan en su primera carta: «El que dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso».

    El amor a los demás es exigencia del amor a Dios, porque es Dios mismo quien nos dice que hemos de amar a nuestros hermanos. Además, no de cualquier modo, sino «como yo os he amado», dice Cristo, es decir: hasta la muerte.

    Hemos hecho un cristianismo descafeinado, en el que vale cualquier cosa, pero no se parece al estilo de vida que Cristo pide

    En esto consiste ser cristiano: en amar a Dios y amar a los hermanos. Si lo hacemos así, estaremos siendo seguidores y discípulos de Cristo. Este modo de vivir el amor tiene que cambiar nuestra vida de una forma radical. Dios tiene que estar mucho más presente en nuestra vida, animándola y dirigiéndola. El amor a los hermanos debe ser lo que transforme nuestra vida según como Dios quiere que nos comportemos con los demás, sabiendo perdonar, sabiendo quitar importancia a los fallos de los otros y prestarles ayuda en cuanto me necesiten.

    Eso es lo que hicieron los primeros cristianos. Los demás exclamaban: «Mirad como se aman». Ojalá, hoy, pudieran decir lo mismo de nosotros. Para eso, debemos amar a Dios mucho más de lo que lo hacemos y amar a los demás sin medida, hasta la muerte.

    + Gerardo
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